El origen del cultivo del olivo se remonta a la edad de Cobre (4000 A.C.) en Oriente Próximo, donde ya se seleccionaba una variedad de aceitunas grandes y carnosas desde híbridos de olivos africanos y orientales.
El aceite, obtenido con métodos aún primitivos, era utilizado como alimento, combustible en lámparas y en la preparación de ungüentos y brebajes medicinales. En Babilonia, al médico se le conocía como “asu”, el conocedor de los aceites.
En la Grecia Antigua el aceite de oliva se convierte en una sustancia de capital importancia. Y a ella se refieren una notable serie de citas literarias, además de la presencia del olivo en toda la mitología.
Durante la Edad Media el producto escaseó de tal manera que, en determinados casos, llegó a ser considerado dinero en efectivo. A partir del s.V, las órdenes religiosas poseen la mayor parte de los olivares en cultivo, y el aceite es consumido por las clases altas y, sobre todo, por los clérigos. En los monasterios se distribuye diariamente a cada monje el aceite necesario para sazonar sus comidas.
En la Península Ibérica, La Almazara del Convento, produce uno de los aceites con mayor tradición, cuyo origen se remonta a 1752 según se reseña en el catastro de la época, en poder del Ayuntamiento de Caniles (Granada). Es entonces cuando, tras la amortización de Mendizábal, el convento y la almazara pasan a propiedad privada hasta la actualidad.
El aceite de oliva virgen extra La Almazara del Convento es considerado por expertos el aceite de mayor antigüedad y tradición de la Península Ibérica. Su proceso de elaboración se ha mantenido prácticamente inalterado a lo largo de los años. Las nuevas tecnologías han mejorado los tiempos del proceso o el envasado, pero los pasos que se siguen desde el olivar hasta la almazara apenas han sufrido modificación alguna.